19/03/2021

EL DIFUMINO

 


Mi padre era un tipo singular, aunque, probablemente, no más que cualquier padre en el ejercicio de sus funciones, incluso me atrevería a afirmar que más que singular era, plural. 

Con el paso del tiempo he aprendido a entenderlo pues la distancia que marca el tiempo, ayuda y tranquiliza el recuerdo y poco a poco, se va soslayando aquello que daña para reconvertirlo en pasado, sin más, a pasar el difumino y hacer que esos bordes gruesos se diluyan y hagan de la figura un todo más global, porque el trazo que esboza la imagen también configura el fondo.

Traigo a colación el difumino porque fue precisamente mi padre quien me enseñó las funciones de dicha herramienta. Con un carboncillo bosquejaba formas en el papel y después, aquella especie de lapicero falso repasaba los trazos gruesos y los convertía en sombras que tomaban cuerpo. Mis torpes dibujos se afanaban en querer ser algo, pero natura nunca me dotó de habilidades pictóricas y pronto mi difumino paso a querer convertirse en algo más alegórico. 

¡Qué bueno sería tener un difumino de vida! recorrer los trazos crueles que dibujan momentos de marcados contornos, esas evidencias tan poco estéticas, esas aristas sin gracia, agotadas en su propio límite. Me veo aplicando el difumino a las emociones cuando se apelotonan en el entrecejo y tensan la mirada, a esta boca que me pierde y me lleva, a veces, a dañar sin ganas. 

Un difumino para hacer más llevadero el paisaje y el paisanaje que se pinta alrededor, afinar, desvanecer la espesura, adivinar su esencia, mezclar lo abrupto para inventar matices. 

Se lamentaba mi padre de ¡lo que pudo ser y no fue! pero la realidad heredada es la de lo que no pudiendo, no queriendo o no sabiendo ser, sí fue y de lo que al intentar ser sí creyó serlo, tal vez porque, en el fondo, algo de difumino si le aplicamos a la vida. 


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