Esta semana santa, como un fin de semana más, volví a las calles de mi ciudad y paseando mi barrio me acerqué a ver lo que bien podría llamarse el muro de la vergüenza, porque Sierra regaló de nuevo su arte, el que otrora fuera bendecido por el mismo alcalde que hoy lo tacha de pintada y, sin el más mínimo pudor, como quien limpia una basura, ordena y manda ser encalado para hacerlo desaparecer de los muros callejeros.
Sí, allí en la calle de Juan Mambrilla lucía resplandeciente el inconfundible optimismo de Sierra que, tras sufrir el primer atentado institucional, (y aquí llega mi rabia) este se vio refrendado por unos cuantos brochazos de seres descerebrados empeñados en demostrar que lo de Fachadolid no es solo un mito.
¡Cristo Rey!, pintan encima ¡tontos de los cojones!, el que nombráis os habría dado una patada en el trasero y vuestras brochas no son más que prolongaciones flácidas de una inteligencia incapaz de hacer un redondel con el culo de un vaso. Y en estas el mismo señor alcalde que tachó de pintada la obra de un muralista de reconocido prestigio no dice ni chus de todo esto y yo me encuentro con él en mi querida "Acera de recoletos" y me tengo que enfriar la sangre a golpe de improperio por no lanzarme al cuello y quedar como la loca que soy.
Me olvidaba ¿tendrá que ver que el mural se llame "Alegría de la república"? ¡No lo creo! ¿o sí? ¡Ay!