Desde que empezaron los de los pucheros a salir a la urbe, un sinfín de protestas se han sucedido en las calles al calor de propósitos varios. Tuve que soportar atascos de vehículos con globitos de los más variados colores según el motivo de la reivindicación (que hasta monjas acudían en hordas a defender sus vulnerados derechos patrimoniales de esa educación concertada y religiosa que iban a destruir y a hacer desaparecer de la faz de la tierra) La hostelería, gremio que respeto profundamente hasta donde llega el suyo por su personal, ha estado en la calle día sí día también. Ya no hablo del gremio del rap porque este, seguramente, no cuenta con el beneplácito de gran parte de la sociedad, pero salir, salen, al igual que esos ultras nostálgicos de aquella que llamaron división azul o los que reclaman la unidad de la España que desunen.
La lista, desde ese 8M del 2020 que trajo sobre el mundo más de la mitad de sus males como si
un aquelarre de brujas infames se hubiera desatado sin piedad, es innumerable.
Ahora, que el feminismo vive horas muy tristes (y el término me parece flojo aunque es lo que siento) ya salen los golpes de pecho para avisar que las escobas no pueden ponerse en marcha ¡no vaya a ser...!
Pues sí, mejor en casina, pero el resto que hagan lo propio, incluidos nazarenos, manolas y manoletes, costaleros, portacirios y pregoneros varios, que la semana santa es tiempo de recogimiento y contrición, a ver si se nos va a escapar el espíritu santo y después le echamos la culpa a las palomas.
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