Andaba la susodicha enfrascada en cuitas varias, a vueltas con todos los contratiempos que le generaba su condición.
Ser zorra era algo hermoso pero, a pesar de ello, o precisamente por ello, el mundo andaba empeñado en castigarla.
Su tendencia a la soledad, que no era sino una forma de independencia, era el blanco de quien ansiaba redimirla no siendo más que una mal disimulada envidia de cuantos dependían de todo bicho viviente para proporcionarse el sustento.
Vivía por allí, en un acogedor cortijo, una mujer que, sin ella saberlo (aún) tenía con Hipatia, demasiadas cosas en común.
Era una mujer enjuta, como el terreno, pero de una elegancia curtida a golpe de corte de mangas.
Pilar, a cuyo nombre respondía, cuidaba su cortijo con esmero y su entorno, con tanto respeto, que cualquier animalillo campaba con la confianza que da vivir cerca de alguien tan fuerte y tan vulnerable como tú.
Hipatia, merodeaba por los alrededores. Agazapada esperaba la hora en la que practicar sus maniobras de vigilancia y llevarse, de forma cautelosa, algún enser que le diera más pistas sobre su dueña.(Ora un teléfono, ora una alpargata...)
Pilar llevaba tiempo observando sus visitas con una mezcla de asombro y curiosidad.
¡Para qué demonios querría una zorra un teléfono móvil o una zapatilla!
Una tarde, mientras tomaba un baño, advirtió cómo la zorra la miraba de lejos con tanta atención que no pudo por menos que preguntar
(preguntar a una zorra podía ser síntoma de algo serio, pero al fin y al cabo la locura es algo como muy feminista)
-¿Qué haces ahí? hoy llegas demasiado pronto para tu costumbre, tendrás que esperar si quieres algo.
El animal, en un arrebato de paciencia, que no de sumisión, ladeó un poco las orejas y contempló el baño de su anfitriona tumbada cual perrilla guardiana de la casa.
Tal fue el gesto que Pilar estaba segura de haber oído su respuesta:
- Me gusta mirarte, porque me miro en ti y te veo en mi.
(escuchar hablar a una zorra podía ser síntoma de algo serio, pero al fin y al cabo esa escucha era algo como muy feminista)
Durante varios días, dejaba comida a su alcance y las visitas de Hipatia empezaban a parecerse a las de una buena amiga, silenciosa, camarada, fiel y confidente.
Pronto se creó una especie de alianza, esa que surge de lo natural , de lo auténtico, de lo inevitable.
Se hizo popular entre sus amistades y casi sin darse cuenta se encontró conversando con ella, empezaron a sentirse hermanas en el zorrerío y proclamaron a los cuatro vientos (serranos) que eran feministas radicales, montaron un chiringo y atrajeron a cuantas féminas de variadas especies quisieron acercarse, las lagartas fueron las primeras, las gallinas y las vacas se apuntaron enseguida, pronto llegaron las pájaras, cotorras y lechuzas; las conejas, las focas y las víboras; y, cómo no, las humanas. Todas compartían la barbarie de la injuria, la mofa y el escarnio, eran paradigmas de todos los males que en el mundo han sido.
Tenían que aprender, unas de otras y para sí mismas, luchar porque eran fuertes, sabias y poderosas. Gritar muy fuerte y saltar muy alto.
Se asustaron los machos, las llamaron bellas y frágiles, y juraron protegerlas (de sí mismas, claro)
Otros juraron protegerse (también de ellas, por supuesto)
Algunos se acercaron para explicarles cómo debían hacerlo (según ellos, por supuesto)
Y los más inteligentes, los que entendieron el horror de la barbarie, empezaron a husmear en eso del feminismo y ayudaron a desbrozar el sendero
Hipatia ha desaparecido pero han llegado otras Hipatias, unas más cautelosas, otras más atrevidas... y seguirán llegando y la sierra se seguirá llenando de Hipatias y el mundo de Pilares.
Hace poco apareció Sebas, un Zorrillo algo famélico que oyó una buena mañana hablar de una tal Hipatia y de una señora llamada Pilar.
Esperó el plato de comida, pero le faltó mirarse en ella, en esa mujer que le ofrecía salir de su propia barbarie.
Con Pilar Aguilar el día de la presentación de su libro: "Feminismo o barbarie" |
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