Era sábado, casi domingo y Valladolid estaba en fiestas, en ferias,
que decimos por allí, unas ferias de las que tú
ya no te acuerdas porque aquellos "Sanmateos" pasaron a mejor vida para gloria de
una virgen con nombre de santo.
Pues sí, era casi domingo y la que iba a ser tu
familia desgastamos las baldosas de aquel hospital en el que tuvimos que vivir
casi de todo. Íbamos y veníamos a la espera de que se produjera lo
esperado, a la espera de tu llegada.
La cosa se complicaba y tu, en un arranque de obstinación -quisimos pensar- te negabas a salir.
Tu abuela mezclaba el deseo con el miedo y callaba, con ese
silencio de quien teme que las palabras se hagan realidad. Para ella era todo demasiado parecido a esa primera vez cuando perdió a su primer hijo, pero también era todo demasiado hermoso. Solo recuerdo que al volver para casa le dije -¡no
tiene que volver a ocurrir!, a las 7,00 me llamas y nos vamos.
Me consta que el
sueño fue imposible y a las 7,00 estaba, como un clavo, esperando
para marchar.
Llegaste al alba, compensando todo el agotamiento de tu
madre y alimentando la emoción de tu padre.¡ Llegaste al
alba de un domingo de ferias!
Se abría el libro por la primera página,
tu nombre era premonitorio de lo que significabas, una luz clara y grande en
nuestras vidas.
Y después, como un traveling acelerado, fue
pasando el tiempo y se fue desdibujando la niña.
Cumples 18, tu mayoría de edad, la que te conceden las leyes, pero hay una mayoría que sale de dentro, la que solo te
concedes tú, la que te otorga tu orgullo y tu dignidad de mujer, fuerte y
luchadora. Que nada ni nadie te la quite nunca, que nada ni nadie ahogue tu voz
ni elabore el discurso de tu vida.
Eres mujer de tronco firme pero de ramas extensas, eres
mujer, no lo olvides, portas un gran secreto, solo hace falta esa chispa de
magia que te hará descubrirlo, cuenta conmigo. Bienvenida seas, de nuevo, Lucía, querida sobrina.
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