Siempre evitaba coger el ascensor, la escalera era un
pequeño espacio de libertad, -seis pisos daban para mucho- era uno de tantos
que se había ido creando, como salir a diario a comprar pequeñas cantidades de
comida, olvidos de última hora…
Algo fatigada por el esfuerzo pasó la mano por la nuca y
echó la cabeza hacia atrás al tiempo que desenredaba una a una las horquillas para
hacer caer, en cascada, aquella enorme melena
plateada.
Cada horquilla era un recuerdo que se desplomaba en la
alfombra, ¡un lastre menos!, se dijo.
Desnudó su cuerpo y rescató del armario las prendas
prohibidas.
Se sentó delante del ordenador y evocó cuidadosamente todo
lo aprendido en secreto, recordó a duras penas su nombre de usuaria y su clave
y apareció en la pantalla aquel blog ya casi olvidado, empezó a relatar su
odio, lo tituló con su nombre –Norberto- y las líneas iban apareciendo como regueros de
sangre espesa, acumulada y maloliente, sus dedos paseaban ágiles sobre el
teclado, las lágrimas brotaban como un torrente liberador para limpiar cada una
de las heridas.
Al terminar lo hizo público, sabía bien dónde hacerlo, mandó
copia a cada una de sus amigas, esas que secretamente había seguido
conservando, esas que cada día estremecían su temple cuando la animaban a
denunciar. ¡Se lo debía!, ellas la enseñaron a sobrevivir y hoy, por fin, había
decidido VIVIR, vivir a sabiendas de que este paso podía costarle, precisamente, la
vida.
Lo hizo por ella, por ellas y por su hija y por la hija de
su hija y por su madre, que solo pudo enseñarle resignación, y por su suegra que
murió un buen día de una sospechosa caída. Por ella y por todas sus compañeras, como decía de pequeña en sus juegos.
A la vez que pulsaba el intro en el descansillo se oye ruido
de vecindario, el timbre de la puerta suena insistentemente, al abrir alguien con gesto
sombrío anuncia:
-¡el ascensor se ha descolgado!, tu marido estaba dentro, seis
pisos en caída libre, ¡ha muerto!
Ella miró al ordenador donde podía leerse: “su mensaje se ha
enviado de forma correcta” y sonrió
satisfecha.
Muy bueno, me gusta el final de la historia.
ResponderEliminarBravo hermana, me encantan tus relatos.
De como lo obvio resulta obvio cuando nos duele.
ResponderEliminarMe encanta que me hayas mandado este relato . Hay que seguir denunciando y concienciando a nuestras hijas que hay cosas que no se pueden tolerar. Muchos besos. Yo en esto de los blogs soy nueva pero me encanta el tuyo
ResponderEliminarCada día escribes mejor, en serio. Me ha encantao.
ResponderEliminarUn abrazo