Te veo llegar con el rostro frío. Te conozco, vieja amiga. Con tu porte arrogante, te desprendes lentamente y me arrollas al paso como una puta de lujo, entras en mí y te apropias de mi piel y de mis ojos para situarte justo en el hueco donde muerden las emociones. Te rodeas de toda la grisura del mundo y me embaucas vestida con el mejor traje de autocompasión, me devuelves el rostro feo de la vida cuando te agazapas en las esquinas del alma para proyectar la sombra de cada luz que asoma. Pellizcas mis labios para crear una mueca de amargura innecesaria, me elaboras interminables listas de oprobios que llegan a mí como una procesión de ánimas.
Te conozco, ¡vaya si te conozco! Me acompañas desde antiguo, se de tus mañas y te evito aunque a veces repose en el abandono plácido de las lágrimas solitarias, las que limpian el desasosiego como un bálsamo milagroso.
Has vuelto, pero ya empiezo a ver tu espalda, encorvada y negra. Pronto te envolverás en un viento de castañas y volveré a llorar por una pena antigua, y cuando pique esa cicatriz del ánimo, apenas recordaré que existes.
Hola hermana, he estado mirando en tu caja de los hilos y encontré botones grises y bobinas de hilo que cosían ropas ya probablemente olvidadas o guardadas en lo alto de un trastero. Aunque mientras iba rebuscando y removiendo en esa caja en el fondo de ella vi un botón, el mas bonito, que se escondía entre los dedales, su color y textura le hacen diferente por eso lo cogí y lo he cosido en mi chaleco, junto con otros botones y abalorios, cada uno tiene una historia... y que bien me sienta recordar cada una de ellas cuando me pongo mi chaleco. También tiene botones grises pero siempre encuentro otro botón cosido cerca que me arranca una sonrisa recordando su historia y procedencia.
ResponderEliminarBELEN
No solo me ha gustado, me ha emocionado, hermana. Hoy ese botón gris se ha hecho más pequeño. Te quiero preciosa.
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