Educar es difícil, muy difícil, sobre todo porque te coloca a cada instante frente al espejo que te muestra ese rostro duro de afrontar.
Educar te aboca al borde de tu propia realidad y te ordena desechar todo aquello que no vale, aunque venga envuelto en papeles de colores.
Hoy siguen muriendo mujeres a manos de hombres que ejercen con vileza lo que la sociedad les jalea y les susurra al oído en cada esquina: ¡Es tuya, tuya para lo que quieras, tuya para lucirla, tuya para deshacerte de ella cuando ya no te sirva, tuya para exigirle que cumpla las normas que otros le escribieron (a ti también, no te engañes), tuya para tu ocio y disfrute, tuya para que la obligues a amarte, ¡tuya, no lo olvides! Y si te sale mala, respondona, o defectuosa será la responsable de tu locura, la misma que te inducirá a matarla.
Ahora coge a tu hijo de la mano y ríe a carcajadas mientras le explicas como se maneja a una mujer, mañana, tal vez, llores la muerte de alguna hija a la que te olvidaste enseñarle que el respeto empezaba por ella misma.
¿Y de verdad siguen resultando graciosos los torpes y estúpidos chistes machistas?
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