Agazapado al final de la barra del bar, escondido tras la
espuma de la cerveza escuchaba, rojo de ira, a aquella panda de cromañones
babeantes proferir todo tipo de bravuconadas insolentes, las risotadas
inundaban el local con la misma fuerza que sus entrañas.
Sus mujeres tenían buenos machos en casa y por eso sabían a
qué atenerse, alguno habló de algún yerno lo suficientemente calzonazos y de lo
que, sin duda, necesitaban algunas acompañando la frase de un ostentoso toque de bragueta.
Pagó la cerveza cuando el vómito se acercaba a su garganta, pasó ante ellos silencioso, sin mirarlos.
Antes de subir a casa compró una rosa, era 8 de marzo.
Al entrar besó a su mujer y le ofreció la flor que al poner
en agua se marchitó de inmediato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario