
Siempre me gustó limpiar zapatos, limpiar con cepillo y betún aspirando ese olor que devuelve el brillo del cuero bruñido y por eso al llegar esta noche rebusco en lo más profundo de mi cerebro hasta ese rincón donde se alojan los aromas para perderme por el recuerdo y manejar la magia con el descaro de las incrédulas.
Por noches como esta fui aprendiendo de imposibles y frustraciones, de deseos y bonanzas, de impotencia y de justicia, de ser niña y no ser niño, de fe ciega, del descreer y la fuerza de la razón...
Y era en noches como esta cuando mi padre se creía tan poderoso que apenas dormía esperando ser compensado a la mañana siguiente con una boca abierta en pijama y tiritando de frío y de nervios.
No puedo olvidar esas cortinas abultadas que, a modo de telón, escondían burdamente aquellos objetos de deseos niños.
Yo no se si en realidad era importante lo que los Reyes traían, lo verdaderamente importante era ¡que lo traían! y por eso, aunque no llegó el Scalextric o el dulcecotón, nunca reclamé nada y entendía, dócilmente, que los Reyes no lo habían considerado conveniente, de la misma manera que sí consideraron llevarse una muñeca enorme que vivía inerte al lado de mi cama y que desapareció con una nota real (por realeza) que la reclamaba para una niña más necesitada. Lo cierto es que a mi esa muñeca me horrorizaba con lo cual quedé satisfecha aunque no atisbé a entender que esto era el anticipo de lo que sucedería de manera real (y esta vez hablo de realidad) a lo largo de la vida.
Si mi padre se sentía poderoso manejando ilusiones mi madre atendía lo práctico y se levantaba siempre un poco antes para caldear la casa y así comenzar el desfile de "batamantas" para disfrutar del ritual con toda la seriedad que imponía el momento.
Cuando mi fe empezó a decaer llegó mi hermana y el rito se prolongó por unos años más pasando ahora a formar parte de la puesta en escena. El atavismo se impone y los ritos mágicos se transmiten con esmero y cuidado, incluso se amplían y aderezan. Ahora poníamos agua para los camellos, copas de licor para los reyes turrones y polvorones de "El toro" y hasta dejábamos alguna nota recordando lo buenísimas que habíamos sido.
Yo pude gozar con aquella mirada de niña, los nervios y la desazón, la ilusión sin embozo, aquel ¡halaaaaa! que salía del alma; aprendí a fingir sorpresa, a distraer la razón que aflora, a mentir por una ilusión...
Me gustaría poder hacerlo de nuevo, hurgar despiadadamente en mi inocencia y meterle un gol a la mentira y volver a limpiar esos zapatos con el mismo esmero y ver a mi padre con su mejor sonrisa y sentir el calor del carbón atizado por mi madre y llevar a mi hermana de la mano, despacito por aquel pasillo eterno para exclamar juntas otro ¡hala! muy grande.
Quisiera y no puedo porque los años me han quitado la magia y algunos malditos, de los que hacen trucos con las mangas anchas, le pegan a diario mordiscos a mi ilusión.
¡Ojalá los reyes y las reinas de verdad repartan pedruscos de carbón en cada una de sus casas, pero del que no arde, claro.