Teníamos entradas para ver a Luz Casal en Avilés, inauguraba el Niemeyer. Pintaba la tarde musical sin grandes expectativas y cierta desconfianza que suele acompañarme últimamente cuando acudo a un espectáculo no se si por defenderme de posteriores decepciones o porque algo en mi (malévolo y perverso) me llevó a pensar que tanta enfermedad tenía que hacer mella en una cantante.
Llegamos, como digo, al Niemeyer, espacio de rebosante amplitud y grandes formas que por sencillas acarician tu pequeñez y tras caminar por una moqueta apta para descalzarte accedimos al auditorio lleno a rebosar.
A las 9,00 de la noche envuelta en un juego de luces acorde con su nombre y con una orquesta de 14 músicos (yo conté 13) arrancaba con temas intimistas de su último disco: "La pasión".
Un problema con el sonido hizo detener el concierto y, no sin cierto nerviosismo, afrontó el segundo tema y así se fueron sucediendo boleros y baladas. No se en que momento aquella mujer me cautivó, iba de un tema a otro entrando en casa, sentándose en la mesa camilla y adornando el Niemeyer con una voz cálida y maravillosa.
Ni un solo instante recurrió a su enfermedad, parecía que su empeño era justamente demostrar que las viejas rockeras nunca mueren y para ello sacó su lado más cañero poniendo en pie a una gran parte del auditorio para quien la butaca estorbaba la necesidad de bailar.
Ayer recibí una lección de fuerza y profesionalidad, de trabajo bien hecho y como ella misma expresó recordando, con una espléndida versión de "Gracias a la vida", las palabras de violeta Parra, una buena cantante no es quien tiene una gran tesitura de voz sino quien sabe transmitir emoción y ayer mi piel se pintó de emociones y de LUZ.
Me lo perdí, qué gozada cómo lo cuentas.
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