Algunos días las emociones visten de calle, con ropa cómoda,
vienen de al ladito mismo, del codo a codo. Sí, hoy me he
emocionado y lo he hecho con lágrimas de esas que te brotan sin reparo, lágrimas
en zapatillas.
Víspera de vacaciones y para evitar concentrar las despedidas en
el último día, un compañero se despide para marchar a otro cole y, aun siendo
joven, lo hizo a la antigua usanza, con unas palabras; dicho lo cual cualquier mente mal
pensante derivaría tal hecho en ñoñería. Sin embargo hemos recibido una sonora
bofetada de ternura y yo me he sobrecogido al comprobar que sí quedan hombres
de verdad, de los que no vienen llorados de casa porque las lágrimas se
comparten y lavan el corazón, un hombre hecho de pasta de escuela al que su
alumnado abrazó hasta romperse porque supo poner ternura y demostrar que esta
profesión también es de chicos.
No sabes, David, qué lección nos diste hoy en esa casa que llamas
tu universidad de la vida, hoy nos enseñaste a ser mejores, calmaste el
tremendo calor con un chorro refrescante de humildad y de bonhomía y te
aplicaste en el esfuerzo de pronunciar tus palabras ahogadas por la emoción sin
complejo alguno.
Dicen que los regalos poseen algo de quien los hace, yo, por si
acaso guardaré con cariño tu pasmina y me la echaré al cuello cuando sienta que
la sombra de la inocencia amenaza con desaparecer para siempre.
Gracias chaval, ¡vaya como te voy a echar de menos!