24/11/2013

UN PASO DECISIVO

Imagen cedida por  María Fúnez
Oyó la puerta, las llaves tintinearon dentro de su bolso, ¡las 10,30! 
Toda la tarde esperando su vuelta para verla entrar como si nada, con esa sonrisa despreocupada que lucía después de andar por la calle. 
La miró sin verla, la escuchó sin oírla, mientras empequeñecía en aquel sofá que parecía querer tragarlo. 
Una vez más sintió la rabia. La despreciaba por haberla querido pero no podía permitirse el abandono, odiaba la terrible dependencia que sentía al mirarla, odiaba su propia estupidez, la odiaba de tanto amarla y todo el odio descendió a sus manos.
Cerró los puños y se levantó de aquel sofá devorador de hombres, caminó por el pasillo mientras la escuchaba canturrear despojándose de cada prenda y, suponiendo su desnudo, la deseó sin deseo. 
Las uñas hincaban ya la piel de sus manos, la imaginó riendo fuera, hablando fuera, viviendo fuera, ¡y él allí!, hundido en ese sofá antropófago que amenazaba con devorarlo.
Nunca vio aquel pasillo tan largo, tal vez no la quería pero no sabía vivir sin ella, notó un nudo en el estómago, un calambre en la mandíbula, pasó por su lado casi sin tocarla, abrió la ventana y saltó al vacío.
¡Al menos supo salvar una vida!

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