17/07/2010

TIEMPO DE PIEDRAS

Me siento bien entre las piedras, esas que manos humanas fueron colocando, poco a poco, en épocas en que el tiempo era infinito y las obras concluían cuando su principio era ya historia.
Crecí entre piedras, enormes moles que emergen orgullosas creando intrusos a su alrededor. No me ciega el sentimiento para dejar de emocionarme ante el espectáculo que brinda la montaña asturiana o los bosques cuajados de ese todo natural en estado puro, del mar y su lenguaje...
Se evidencia la belleza...
Pero yo me recojo en mi rincón a esconderme entre los muros misteriosos que, por obra y gracia (o desgracia) de reyes y gobernantes, ministerios de cultura con subvención y, sobre todo, del calor de cada mano que los acaricia, del beso a escondidas que los hace cómplices, de cada mirada que los ensalza, han ido creando rincones, espacios, que -al menos a mi- me han hecho sentir algo muy parecido al amor.
Es ese amor el que acompaña mi nostalgia para llevarme hasta Valladolid y sentarme en los bancos de piedra que abrazan la fachada del Palacio de Santa Cruz, donde el frío del invierno te helaba todo menos el alma y el calor de unos besos no impedía que el deseo volara hasta otros labios, traición tan imperdonable como inevitable ¡qué se le va a hacer!.
¡Cuántos secretos de adolescencia encerrados en una plaza!
Y es en otra plaza, la de San Pablo, donde me siento en la cruz de piedra para contemplar la iglesia que le da nombre adivinado en sus filigranas figurillas divertidas. Me giro un poco hacia la derecha y veo el Palacio de Pimentel, y al hacerlo hacia la izquierda  Felipe II me hace un guiño cómplice de las horas pasadas, testigo del amor que salpicó todo el empedrado, y del tiempo invertido en buscar una mirada, una palabra, un gesto... Recorrer cincuenta pasos para deshacer ese nudo en el estómago que te hace esconder el mundo en el bolsillo y guardarlo para ti sola.
En San Pablo, entre sus cuatro paredes de historia, cuando la niebla te empapa hasta lo más hondo y las luces dibujan el escenario de una gran taberna, hoy, todavía, se refleja en mi rostro una mueca de añoranza y ahora que el tiempo ha salpicado en mis sienes pinceladas de eso que llaman madurez sé que nunca volveré a amar como entonces y que a entonces le debo el amor de ahora.

5 comentarios:

  1. Es cierto que esta cidad se hecha de menos en cuanto sales de ella, otras ciudades tambien tendran lo suyo, pero con solo mirar en el recuerdo del tiempo, salen todas las imagenes con todos los recuerdos , los buenos siempre son los que afloran, desde que jugabamos a la tanga ,a hoy ,que a todos los sitios vas corriendo como si se te acabara la vida en el tiempo,yo todavia salgo tenprano a la calle cuando apenas la gente camina por ellas , y decubro edificios antiguos , pero nuevos al ojo, reparo en detalles que no recordaba haber visto . El aroma de las calles al ponerse en marcha, cuando la gente todavia se esta despertando.
    Son cosas de esta ciudad, o quizas no ,,,seran cosas nuestras, alomejor

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  2. Es Valladolid donde he nacido, es donde comienza mi camino........... bonita letra y bonita ciudad! después de lo bonito q escribes me quedo sin poder decir nada más, sólo q amo mi ciudad..........

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  3. Bonita ciudad, bonita y letra y mucho más bonita quien la canta ¡OLE MI NIÑA!

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  4. No se qué tendrá el amor, que tanto une a las gentes y a las tierras, a las propias o a las ajenas, a veces incluso a las gentes entre sí. Claro que para ello... ¡hay que viajar más!
    Yo siempre he querido huir de Valladolid y siempre huyo, al menos 40 veces en mi vida, y allá donde voy me gustaría quedarme para siempre y sin embargo siempre vuelvo, a regañadientes y en voz alta porque no se hacerlo de otra manera, maldiciendo el frío y la humedad de esa maldita niebla que me empapa por dentro, en mi caso también hasta el alma. Pero siempre vuelvo y ahí estoy, esperándote en San Pablo buscando otro sitio donde tomar un belmonte.

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  5. Anónimo: Nunca huyas de la ciudad donde amaste, al final ella termina envolviéndote, es mejor despedirte con un "hasta siempre". Dificil será encontrar dónde tomar un Belmonte como dificil será volver a jugártelo a las cartas: vino, pepino y...¡quién sabe! Mira, me has dado idea para otro post, me pongo a ello. Belmonte, o porrón, Samuel o Murillo ¡Siempre nos quedará San Juan!

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